Reseña Serie: Colombo

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Títulos en español: Columbo (Latinoamérica), Colombo (España)

Género: Misterio, policial, comedia

Creado por: Richard Levinson y William Link

Protagonista: Peter Falk

N.º de temporadas: 12

N.º de episodios: 69



Reseña: Constantinopolitano




La serie por excelencia de los años 70 fue "Colombo" ("Columbo" para los angloparlantes). Sus creadores, Richard Levinson y William Link, idearon al personaje una década antes. El primer episodio de TV (protagonizado por Bert Freed) y una obra de teatro (interpretada por Thomas Mitchell) pasaron sin pena ni gloria. Aquel detective gordinflón rayando la jubilación egresado de la Segunda Guerra Mundial no resultó nada grato a un público estadounidense a medio camino entre el rock'n'roll y el "flower power". Era una figura obsoleta forjada por Dashiell Hammet hacia finales de los años 20, ya poco atractiva para una sociedad acostumbrada a la juventud, el éxito y el dinero.

Levinson y Link, a finales de los años 60, faltos de ideas trataron de amortizar el personaje para un telefilme más, "Prescription: Murder" (1968, Homicidio por prescripción). Sorprendentemente lideró la audiencia. La NBC lo debió achacar a la casualidad, lo mismo que los guionistas. Tardaron otro par de años en reclamarles un segundo telefilme. Levinson y Link repitieron el esquema en un drama titulado "Ransom for a Dead Man" (1971, Rescate por un muerto). Volvió a liderar la audiencia. Después, la NBC les encargó los guiones para una serie. Peter Falk no estaba muy por la labor, pero se plegaron a sus condiciones económicas y los guionistas hicieron lo propio en un producto del que no se fiaban: explotar el cliché hasta que la audiencia se cansara. No pensaron que fuera a durar; apenas se apercibieron de que habían topado con un filón. Porque "Colombo" es quizás la serie que mejor se ha adaptado jamás al gusto de la clase media de cualquier país, a sus esperanzas siempre frustradas y sus resentimientos más soterrados.

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El argumento es siempre el mismo: un/a hijoputa de clase alta, instruido y vil, desea mantener o mejorar su posición, lucrarse todavía más, vengarse, follarse a una gacela o todo a la vez. Un teniente desaliñado, servil y de gustos vulgares se deja caer y le hace morder el polvo. Es un monumento a la inteligencia, no al aspecto o al dinero. El mensaje es catártico ¡vaya que sí! La apelación a la justicia universal se trata de un ideal demasiado alejado para la existencia de cuantos vamos de mal en peor desde niños. Sin embargo, la caída a plomo de un "cayetano", reconforta. Hemos visto tantas cebras, ñúes y antílopes caer pisoteados a nuestro alrededor que la coz recibida en la jeta del león dejándolo seco nos llena de júbilo. Sobre todo cuando la recibe en su propio terreno. "Inde datae leges, ne fortior omnia posset": Las leyes están para que el poderoso no lo pueda todo (Publio Ovidio Nasón, "Fasti" 3.279).

La construcción de los personajes fue poco innovadora. Levinson y Link se dejaron llevar casi en todo por los noticieros del momento. Normalmente, los protagonistas policíacos de los telefilmes estadounidenses de la época eran tipos atléticos egresados del western que contestaban a la violencia con más violencia ("McCloud") o playboys independientes con carisma y un saber estar entre los aristócratas ("Banacek"). Esos modelos son imposibles genéticos para la clase media. "Colombo" se alejó por completo de los detectives acuñados por Hammet, Chandler y McDonald y se alineaba con el Auguste Dupin de Poe, Sherlock Holmes de Conan Doyle y los arquetipos de Agatha Christie. El personaje no posee nada especial, aparte de su talento. Es un tipo completamente inadecuado para los ambientes de clase alta en donde aparece. Se le acoge porque lleva una placa. No tiene usted más que observar cómo le tratan las mujeres, incluso las que pertenecen a su mismo ambiente: como si hubieran dado con una mosca cojonera.

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Los antagonistas expresan la soberbia característica de cualquier personaje habituado a tener dinero, contactos y poder. El asesinato termina siendo una más de sus múltiples herramientas. ¿Recuerda usted la ofuscación de Agamenón? Pues lo mismo se halla aquí. Todos estos sinvergüenzas de cuello almidonado castigan verbalmente al teniente Colombo, quien adopta una conducta servil. Cada capullo posee su idiosincrasia peculiar, aunque todos son unos sociópatas de agárrate y no te menees y perseveran en su narcisismo hasta el momento en que ven que van directos al trullo. Normalmente dejan pistas falsas y se empecinan en reorientar la investigación hacia lo indeterminado. Colombo, más que por los signos del escenario del crimen o las apariencias, se deja llevar por algo claro: quién gana más con el asesinato en cuestión, quién tuvo la oportunidad y quién contaba con los medios a su disposición. Las sutilezas psicológicas de un detective como Robert Goren ("Ley y Orden: Acción Criminal") están de más. A partir de cierto peldaño en la escala social vano es preguntarse quién posee soberbia suficiente para llevar a cabo un crimen o qué tipo de asesinato encaja con qué clase de personalidad, pues todos ellos tienen un ego del tamaño de Europa. Tampoco es cosa de dejarse guiar por policías que han crecido con nuevos métodos y la única pretensión de ascender, como ocurre con el mentecato sargento Frederic Wilson, en "The Greenhouse Jungle" (1972, Orquídeas para un secuestro). Básicamente en ese episodio se construyó el estereotipo tantas veces repetido en otra serie emblemática "Murder, She Wrote" (1984–1996, La Reportera del crimen) con su peculiar "colombiana", Jessica Fletcher.

¿Hay fallos en la serie? Pues sí. Los gazapos de guión abundan en Colombo. En "Murder by the Book" (1971, Homicidio de acuerdo al libro), por ejemplo, la evidencia en contra de Ken Franklin es débil tirando a ridícula. Un sociópata tan gigantesco no reconocería culpa alguna jamás. En "Lady in Waiting" (1971, Una mujer espera) se olvidan de prohibición del juicio doble, "Non bis in ídem" (aparte que Beth Chadwick está más pirada que un hipopótamo bailando boleros). En "Dagger of the Mind" (1972, Muerte mental) eliminan al carismático mayordomo Tanner sin necesidad, un personaje de los pocos que consiguen eclipsar la figura de Colombo. El final con autoincriminación está muy cogido por los pelos. Cuando los guionistas no sabían cómo salir del paso, eligieron demasiadas veces lo imposible verosímil.

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Hay también fallos de actor. Peter Falk era ya una "prima donna" cuando fue contratado y se le permitió más libertad de la cuenta. Construyó como le dio la gana el personaje y tuvo sus aciertos, pero cae en un frikismo a veces desmesurado. Hay ciertas escenas cómicas que rompen por completo el carácter de la serie. Este es un error endémico de la filmografía norteamericana (recuérdese a Brenda Johnson "The Closer" en "Next of Kin: Part 1" volviendo a casa por Navidad). Los estadounidenses creen poder humanizar a un personaje dramático haciéndole entrar en una situación cómica. El efecto es raro de cojones, como cuando alguien hace un chiste a propósito de las víctimas de ETA, las FARC, Sendero Luminoso, el cartel de Sinaloa o el ISIS. Falk también estuvo a punto de cargarse el aspecto citado de la indiferencia de las mujeres por el detective en el capítulo que se empeñó en dirigir. En "Blueprint for Murder" (1972, Los planos del crimen), Colombo se hace amigo de la neumática Goldie Williamson, viuda de un petrolero, todo un despropósito. Suerte que Janis Paige nunca tuvo el carisma de un actor como Wilfrid Hyde-White (el mayordomo Tanner ya citado), pero su familiaridad con el teniente parece fuera de lugar.

Después están los fallos de reparto. La serie se apuntala sobre un elenco de estrellas invitadas que sirven de antagonistas a las andanzas de Colombo. Sin embargo, cuando no conseguían a un actor determinado, un actor ya empleado repetía. Robert Culp, por ejemplo, apareció nada menos que cuatro veces. Jack Cassidy, en tres antes de su muerte. En otras oportunidades, una víctima colateral se convertía en el antagonista, como fuera el caso de Ray Milland. Anne Francis la alegre putilla de "Short Fuse" (1972, Short Fuse) se transformaba en la honorable enfermera Sharon Martin de "A Stitch in Crime" (1973, El especialista). Demasiado, ¿no? Algo así tampoco mejora una serie. Convendría haber movido más el banquillo de los secundarios.

Algunos detalles refrescantes se perdieron en cuanto la serie se limitó a repetir el cliché. Por ejemplo, Colombo cada vez aparece antes. El efecto de que el protagonista asome un cuarto de hora después de empezado un episodio se perdió muy pronto. Además, Peter Falk aparece más de lo debido en escena. Asimismo ciertos detalles de guión, fantásticos por su sencillez desaparecieron, como la escena de la tortilla en casa de la viuda Joanna Ferris en "Murder by the Book" (Homicidio de acuerdo al libro). Es un momento formidable. Lo mismo que el cambio de conducta en la oficina de Roger Stanford en "Short Fuse" (Cortocircuito), uno de los peores hijoputas mejor caracterizados de la serie, interpretado por el incombustible Roddy McDowall.

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Hay aspectos descriptivos de la vida estadounidense de los años 70 que se han convertido en un tabú en los tiempos que corren. Toda una galería de jamonas pasan al lado del teniente atareadas en lo mismo: la caza del playboy y el macho alfa. Había muchas mujeres trabajadoras, pero el poder y el dinero son como la lotería: atraen a cualquiera y son autopistas hacia una vida regalada. Las mujeres de la serie que no han heredadp dinero, suelen pasar sus días buscando la manera de follárselo. Cathy Goodland en "The Greenhouse Jungle" (Orquídeas para un secuestro) se pule el efectivo del maromo, mientras abiertamente se la pasa por la piedra otro julay. La citada Valerie Bishop en "Short Fuse" (Cortocircuito) es el catre de la oficina del sobrino del jefe con miras a su ascenso definitivo; sin embargo, el sobrino, Roger Stanford, experto en mentir y follar, aprovecha la relación a su conveniencia y luego se deshace de la secretaria como quien se sacude una plasta de perro del zapato. Jennifer Williamson en "Blueprint for Murder" (Los planos del crimen) es el nuevo florero de un petrolero, una cabezahueca que se dedica a reventar tarjetas de crédito en proyectos faraónicos. Helen Stewart en "Dead Weight" (1971, Semilla de sospecha) se lía con un asesino para conseguir promocionarse socialmente. Leslie Williams da un paso más en "Ransom for a Dead Man" (Rescate por un muerto); tras auparse como abogado gracias a arrugar sábanas hasta conseguir casarse con un leguleyo de postín, lo liquida y desvalija el dinero de la familia. Lillian Stanhope en "Dagger of the Mind" (Muerte mental) es la querindonga de Sir Roger Haversham, mientras a su marido le hace falta poco para hacer de mamporrero; la guía a la cama del aristócrata a cambio de que éste financie proyectos teatrales ruinosos. Joan Hudson en "Prescription: Murder" (Homicidio por prescripción) es cómplice activa en el asesinato de Carol Flemming. Aspira a algo más que encamarse con un psiquiatra, quien, por otro lado, no tiene en mente compartir lecho nupcial ni secretos con nadie. La misma situación es la de Tracy O'Connor en "Suitable for Framing" (1971, Marco para un asesinato), una pintamonas a quien Dale Kingston termina adornándole la cresta a cantazos. En el mismo episodio, la atolondrada Edna Matthews reconoce en su propensión a los amantes latinos como causa de su divorcio. Eve Babcock en "The Most Crucial Game" (El juego crucial) es una dama de la noche. Una de las pocas santas es la enfermera Sharon Martin en "A Stitch in Crime" (El especialista)... y a las primeras de cambio la matan. En cambio la enfermera Morgan, su compañera de piso y profesión, aprieta enseguida el acelerador tratando de ligarse a un cardiólogo, aunque tenga el aspecto del Sr. Spock. En la España de los años 70 apenas había concepto para la conducta de este mujerío, debido al catolicismo y la imagen de María, madre y virgen. En la actualidad el tabú sigue siendo el mismo, sin apenas modificaciones por el clima de misandria imperante. Una de las peores consecuencias de las dictaduras triunfantes es la perdurabilidad de la ausencia de valentía en los intelectuales y la obediencia al pensamiento único de la población.

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Colombo sigue resultando liberador, porque la caída de un "cayetano" reconforta, especialmente si se ha atrincherado en el despacho oval. La creatividad de los guionistas estadounidenses se antoja admirable. Superaron el código Hays y la "caza de brujas". Las tramas de telefilmes concebidos hace medio siglo siguen entreteniendo. Consiguieron superar las restricciones a la libertad de expresión, tan habituales en la mojigatería de las democracias iliberales. Algunos seguimos sin tener tanta fortuna.

La serie está en color.

"Una cosa más": Disfruta mientras puedas, amigo.




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